El último Virgilio
Es curioso cómo Virgilio Piñera, que las pasó putas antes y después de la Revolución (la firmeza en sus convicciones le llevó siempre por la calle de la amargura...), que dejaba siempre un poso desolador tras la lectura de sus textos, escribiera sus poemas y cuentos más vitalitas al final de sus días (cuando el ninguneo de la maquinaria revolucionaria fue más feroz con él). Es curioso, sí, aunque no del todo sorprendente...
Aquí les dejo un poema de su -a mi juicio- mejor libro de poemas, Una broma colosal (publicado, cómo no, póstumamente en 1988), que refleja esta actitud (el poema está fechado en 1976, tres años antes de su muerte):
Himno a la vida mía
Loco de contento
me echo por esas calles,
huelo el perfume de la noche,
y grito: ¡Estoy vivo!
¿Acaso no se percatan?
Abro mi camisa, llevo la mano al corazón:
Oigan cómo late.. No importa hasta cuándo.
Ahora vivo en medio de la calle,
y estoy de fiesta.
Mientras viva seré inmortal.
Si toco mi corazón,
es como si tocara eternamente.
Tan vivo estoy, que la historia
desfila ante mi vista,
y puedo acompañarla en su incesante marcha,
haber sido, ser y llegar a ser.
La sangre bulle en mis venas.
Cumple una y otra vez su ciclo,
y a la vida me aproxima más el tiempo.
Mía solamente, eterna en su bóveda celeste.
A este brazo que alzo, a esta boca que sonríe,
porder humano ni divino podrá darles
cristriana o pagana sepultura.
Desafían el negro boquete del sepulcro.
Aves de una especie desconocida,
sobre el polvo se encaminan intrépidos
hacia los mágicos espejos
donde la infinitud del tiempo
al hacerlos temporales, los reflejará en su pura esencia:
un brazo y una boca en mitad del planeta.
Obtener esta victoria,
es la confirmación de estar vivo,
vivo siempre, abandonado
mi cadáver futuro,
para hablar con mi cuerpo y decirle: ¡aleluya!