El escondite
Te observo, te imagino: grito
desde tan cerca que no puedes verme
(me siento ya como un profesional
del acoso, sin su correspondiente
derribo),
pero, por mucho que lo piense,
no consigo hacerte girar
el cuello hacia mi asiento.
Y desde mi escondite –extrañamente
invisible para tus ojos-
agacho la cabeza:
hago como el que se concentra
en el estudio de la prosa
medieval castellana.
Y, justo entonces, una duda asalta
mi reciente (y poco creíble)
concentración:
¿me ignoras porque usas
tapones para los oídos
(en enero, la biblioteca
es tan ruidosa…)
o sólo porque tienes novio?
Dios
Llevo varios meses cruzándome
contigo, con tus gafas
de pasta, tu brillante corrector
dental -que te hace aún más misteriosa-,
y siempre pensé que estudiabas
derecho, empresas o algo peor.
Pero hoy te he visto
(lejana, distante, distinta:
despreocupada). Te he visto
sacar un libro del pasillo
de Lingüística. Hoy creo en Dios.