La imprudencia (II)
Cada día me parezco más a mi madre. Y no sólo ya en lo físico, más bien (y sobre todo) en las maneras, los gestos, la filosofía de vida. Pero hay cosas que, por mucho que lo intente, no termino de hacerlas mías. Soy meticuloso, observador, cuadriculado, pero sólo para algunas cosas. Porque cuando menos lo espero -es (casi) un decir- aparece el imprudente que no puede, no sabe, no quiere esperar.
Siempre guío mis pasiones con una sutil imprudencia milimetrada. Y creo que, a día de hoy, todavía no he conseguido beneficiarme de todo esto. No he terminado nunca de sacar una buena cosecha, un buen balance. Sí muchas efímeras alegrías, enormes, hipertróficas casi, pero siempre con ese regusto como de macarrones sin terminar de cocer.
No sabré contenerme ni paladear las horas, pero ese segundo que me contrae cada músculo del cuerpo (y de lo que menos hablo es de orgasmos), ese momento lo vale todo. O eso quiero creer. Pero ¿qué hubiera sido del universo -que diría Huidobro- sin el impulso del imprudente? La Historia cambia porque alguien no sabe -no quiere, no puede- respetar lo tiempos establecidos. Y si esto no es del todo verdad (o no te convence), dime qué sería de las historias que nos apasionan -las de verdad y las fingidas-, ¿qué sería de ellas sin la imprudencia?
Pues sí, nada tendría sentido. Ni los poemas de Nicanor Parra que hablan sobre el sinsentido de las cosas. Y por eso me desdigo en cada verso y, sobre todo, en cada silencio que me guardo y ahora desparramo a dos carrillos como un imprudente enamorado.
Cada día me parezco más a mi madre. Y no sólo ya en lo físico, más bien (y sobre todo) en las maneras, los gestos, la filosofía de vida. Pero hay cosas que, por mucho que lo intente, no termino de hacerlas mías. Soy meticuloso, observador, cuadriculado, pero sólo para algunas cosas. Porque cuando menos lo espero -es (casi) un decir- aparece el imprudente que no puede, no sabe, no quiere esperar.
Siempre guío mis pasiones con una sutil imprudencia milimetrada. Y creo que, a día de hoy, todavía no he conseguido beneficiarme de todo esto. No he terminado nunca de sacar una buena cosecha, un buen balance. Sí muchas efímeras alegrías, enormes, hipertróficas casi, pero siempre con ese regusto como de macarrones sin terminar de cocer.
No sabré contenerme ni paladear las horas, pero ese segundo que me contrae cada músculo del cuerpo (y de lo que menos hablo es de orgasmos), ese momento lo vale todo. O eso quiero creer. Pero ¿qué hubiera sido del universo -que diría Huidobro- sin el impulso del imprudente? La Historia cambia porque alguien no sabe -no quiere, no puede- respetar lo tiempos establecidos. Y si esto no es del todo verdad (o no te convence), dime qué sería de las historias que nos apasionan -las de verdad y las fingidas-, ¿qué sería de ellas sin la imprudencia?
Pues sí, nada tendría sentido. Ni los poemas de Nicanor Parra que hablan sobre el sinsentido de las cosas. Y por eso me desdigo en cada verso y, sobre todo, en cada silencio que me guardo y ahora desparramo a dos carrillos como un imprudente enamorado.
4 comentarios:
Sigue siendo asi de imprudente manolo, quizás lo imprudente en esta vida sea el no serlo..
Imprudentes, para que el mundo tenga algo de acción y no sea tan aburrido...
Interesante el blog tuyo...
saludos desde México
Puedo copiarte esta frase: "Siempre guío mis pasiones con una sutil imprudencia milimetrada" q grande eres! si sigues cansado de no hacer nada, dedicate a escribir, se te da genial
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