Escuchar el sonido del taladro que perfora mi muela. Cerrar los ojos. Tragar saliva. Notar la presión de los pechos de la doctora en mi cabeza. Dar gracias a Dios, a la genética y los azúcares por el empaste que ahora no puedo parar de tocarme con la lengua.
STRAPON
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Mi chico y yo llevamos a nuestros sobrinos, Luis y Candela, de siete años
ambos, al Parque Warner.
Era la primera vez que iban no solo a ese parque en conc...
Hace 6 días
1 comentario:
un empaste... y a la calle
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